No puedo negar que me gustas, eso seguro. Sí puedo afirmar que me enamoraría de ti cuando siento que me miras y me ves. En esa mirada encuentro la seguridad que borra mis miedos.
Volar, coger la maleta, abrir las alas. Viajar lejos de las precupaciones de aquí. Creer por un instante que eso es felicidad y libertad. ¿Y si las alas son para aterrizar? Respirar, aceptar las cosas, abrazar la calma. Permanecer sabiendo la tristeza que queda. Enteder que a pesar de que haya pena, siempre se puede construir alegría.
Con la mente en calma y la cabeza con mil pensamientos. Con la respiración acelerada y el cuerpo completamente quieto. Los ojos fijos en el agua de la superficie aunque perdidos en el reflejo del cielo. Dudando segura, ella siempre estuvo perdida en un eterno mar de luna.
Pudo ser breve, incluso fugaz. Sin embargo el tiempo no importaba cuando se trataba de marcar su alma y su paso había sido arrollador, Haciéndose un gran hueco como si siempre hubiera estado ahí y como si nunca fuera a marcharse.
Todos sus recuerdos eran en invierno y eso era raro. Habían vivido juntos el mismo número de veranos que de inviernos y para una chica que adoraba el calor era extraño que sus recuerdos fueran esos. Entendió que eran fríos y oscuros porque aunque bonitos, representaban aquello a lo que no quería volver.