No es una amiga, es una madre

Sobre la mesa, en una bandeja, dos vasos vacíos y una jarra de zumo. Ella, tumbada plácidamente en una hamaca a la sombra del porche, bebe un sorbo del vaso que sostiene en su mano.

Relajada, feliz, sonríe cuando su hija tratando de impresionar a su compañera de juegos hace una voltereta que queda en un revolcón en la hierba. Es tan risueña, tan inocente, siente que no puede existir amor más grande que el que ella siente, el amor de una madre a una hija.

Ahora todos sus pensamientos, todas sus preocupaciones y también sus mayores alegrías son ella. Le gustaría detener el tiempo para poder cuidar y proteger siempre a su niña pero sabe que crecerá. Sonríe de nuevo, el día de mañana su pequeña se convertirá en una mujer, tal y como ella lo es ahora. Sólo espera que cuando ese momento llegue la tenga en mente como ella tiene a su madre.

Testigo silencioso de su vida, siempre ha estado presente, discreta en su éxitos y gran apoyo en los fracasos. Desea que su hija sea consciente de que todo lo que hace lo hace por su bien como ella, tras tanto oírselo decir a su madre, por fin ha comprendido.

Recuerda como se enfadaba siendo adolescente cuando su madre no la dejaba hacer algo mientras que a sus amigas no las ponían impedimento. Se enfadaba y mucho pero jamás discutían, a veces le replicaba que no la entendía que las demás madres eran amigas de sus hijas pero ella siempre respondía lo mismo:

"Yo no puedo ser tu amiga porque soy tu madre y son dos cosas muy diferentes. Mi obligación es educarte y la tuya divertirte con tus amigas sabiendo lo que está mal y lo que está bien"

Nunca entendía esas palabras, nunca hasta que creció y también fue madre. Entonces fue consciente de las veces que su madre había sido estricta cuando lo sencillo hubiese sido consentirla, de que la felicitaba en sus logros cuando sin su apoyo jamás lo hubiera conseguido, entendió que aguantaba su mal humor sin ser ella la causante, que la consolaba cuando estaba triste y aliviaba sus malos días con pequeños detalles como cocinar su plato favorito.

Sabe que la debe tanto, recuerda la primera vez que tuvo a su hija en sus brazos, la emoción y el temor, pero ahí también estaba su madre para guiarla y para, una vez que la había ayudado, convertirse en una gran abuela.

Se levanta de la hamaca y camina hacia el jardín para sentarse con ellas que continúan con sus juegos en el césped. Su niña baila para ellas y ellas ríen agarradas de la mano.

Es feliz, tiene a su pequeña y a su madre,que no necesitó nunca que fuera su amiga porque es su maestra, cómplice de su vida, compañera de juegos de su hija, su yaya.

Mar Albín

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