Era nuevo en la ciudad y, como todos los comienzos, el suyo también resultaba difícil. Aunque le apasionaba Madrid, siempre despierta y con mil planes disponibles, a veces se sentía pequeño ante tanto bullicio y aceleración.
Las mejillas le arden. No puede sofocar la emoción que siente. La emoción que hace brotar las lágrimas sin freno de sus ojos y que le recorren el rostro hasta la barbilla, pese a sus esfuerzos por enjuagarlas con el dorso de la mano. Se mantiene callado, incapaz de pronunciar palabra.