El orador
Las mejillas le arden. No puede
sofocar la emoción que siente. La emoción que hace brotar las lágrimas sin
freno de sus ojos y que le recorren el rostro
hasta la barbilla, pese a sus esfuerzos por enjuagarlas con el dorso de
la mano. Se mantiene callado, incapaz de pronunciar palabra.
Amigos y familiares le observan
entre la multitud hasta que su padre, el hombre que siempre fue estricto con él
enseñándole que las barreras son mentales, rompe el silencio con un sonoro
aplauso mientras se pone en pie. Un pequeño murmullo se escucha y tras él se
levantan, uno a uno, aquellos que llenan el auditorio y le acompañan en una
multitudinaria ovación.
Él, sonríe atónito desde el
púlpito y finalmente encuentra la fuerza para comenzar su discurso. Aparta los
folios que tiene frente a él, no los necesita, tiene el coraje necesario para
expresar todo lo que siente:
“Gracias a todos. Normalmente así se finaliza un discurso pero yo quiero
empezar dando las gracias por su apoyo, especialmente a mis padres y amigos.
Ellos siempre me hicieron confiar en mis
capacidades e ignorar a aquellos que se obcecaban en resaltar mis posibles
“limitaciones”. A día de hoy sé que nada puede frenarme, que tengo muchos
defectos pero mi discapacidad no es uno de ellos. Es una condición mía como
también lo es mi sensibilidad”
Las lágrimas vuelven a recorrer sus mejillas pero una sonrisa invade su rostro pues sabe que lo ha logrado, ha vencido todos sus miedos.
Mar Albín
Las lágrimas vuelven a recorrer sus mejillas pero una sonrisa invade su rostro pues sabe que lo ha logrado, ha vencido todos sus miedos.
Mar Albín
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