Colorines y el gorrión

Colorines era un simpático pajarito que vivía feliz en su jaula. Así había sido desde que nació en un pequeño nido en la tienda de animales. Mía, su dueña, era muy amable y cariñosa. Además de tenerle siempre el cuenco lleno de pienso y darle agua fresca, le cantaba y hablaba con voz dulce mientras acariciaba sus plumas pasando sus deditos a través de los barrotes.

Cuando llegaba el buen tiempo, dejaba su jaula colgada en la terraza, al aire libre. Colorines agradecía que lo sacara allí porque disfrutaba sintiendo la calidez del sol o el suave viento. También contemplaba el paisaje y llamaba su atención las enormes ramas de los árboles, eran inmensamente más grandes que las plantas que colgaban en la ventana junto a su jaula.

A menudo observaba a los animales que estaban fuera. Se asustaba si escuchaba a algún perro ladrar y sentía que los gatos no eran sus amigos. Entonces veía a los pájaros. Palomas y gorriones volaban alto por el cielo, sin miedo a todo ese mundo extraño que el contemplaba desde su jaula.

Una tarde, uno de esos gorriones que realizaba piruetas en el aire se acercó con curiosidad hasta su terraza. Colorines que cantaba contento de observarlos se quedó mudo cuando vio que se posaba en el poyete.

-Hola –saludó con desparpajo el gorrioncillo.
-Hola –respondió Colorines con timidez.

El gorrión se impulsó con sus alas y se acercó a su jaula, sujetándose con las patas a los barrotes.

-¿Quieres que te ayude a salir? Sé cómo se abren estas cosas.

Colorines no respondió, se limitó a observar como ese extraño pájaro usaba su pico para tirar del pestillo que Mía quitaba cuando le limpiaba la jaula. De repente la puerta se abrió y se quedó inmóvil, asustado.

- ¡Vamos! ya puedes escapar- le gritaba el gorrión pero Colorines seguía quieto.

Sorprendido por su actitud, se metió con él dentro de la jaula para tratar de ayudarle.

-Venga, vuela.
-No sé volar - respondió cabizbajo.
-¿Cómo no vas a saber volar? Eres un pájaro, ¿no? Mira mueve así las alas, te divertirás.

El gorrión comenzó a batir sus alas y Colorines trató de imitarle. Se emocionó al ver que conseguía moverlas con más agilidad de la que esperaba y empezó a piar de alegría, acompañado por el cantar del gorrión.

De pronto Mía apareció, alertada por tal alboroto y al encontrarse con ambos pájaros en la jaula tan agitados pensó que el gorrión estaba atacando a su querido Colorines. Consiguió espantarlo y sacarlo de allí, creyendo que así salvaba a su mascota pero el pobrecito se quedó triste.

Sentía que había sido torpe y cobarde. Le había hecho ilusión tener un amigo y le hubiera encantado conocer el mundo que observaba desde su rincón.

Su dueña le metió en casa con miedo a que de nuevo lo atacarán y él estuvo apenado pensando que ya no volvería a salir nunca al exterior. Pero no fue así, a los pocos días Mía volvió a colgar su jaula ena terraza.

Colorines estaba pletórico y no paraba de aletear y silbar. Quería llamar a su amigo. Disculparse.

Pasado un rato, el gorrión apareció de nuevo frente a él.
-Lo siento – dijo Colorines.
-No te preocupes. Tú no tienes la culpa –respondió el gorrión.
-Me asusté, pero me hubiera encantado haber volado.
-Pues si el otro día no pudo ser, hoy lo lograremos–respondió el gorrión abriendo de nuevo el pestillo de la jaula con su pico y dejando la puerta abierta a la libertad a su nuevo amigo.

Colorines observaba la salida con una mezcla de alegría y nerviosismo. De un salto, se posó sobre la puerta y mirando a su amigo desplegó las alas. Cogió impulso y de nuevo saltó, solo que en esta ocasión aleteo con fuerza para surcar el cielo. Su amigo gorrión emprendió vuelo a su lado y ambos cantaban con alegría. ¡Estaba volando por primera vez y era maravilloso!

De pronto, en la terraza apareció su dueña, que lo miraba con tristeza. Colorines al verla así también se apenó. Mía lo cuidaba con cariño y él sentía amor hacia ella, no quería verla así. Dando un giro planeó hasta volver a su jaula. El gorrión sorprendido le siguió tratando de frenarle pero Colorines ya se había colado dentro.

La niña no se lo podía creer. Lo observó allí encerrado y entendió que ese no era su lugar, metió la mano y lo saco de su jaula.

Desde ese día, Colorines vive libre acompañando a su amigo gorrión pero cada día vuelve a la terraza con su amiga Mía, la niña que supo que quererle era dejarle desplegar sus alas y que él pudiera elegir regresar.



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